Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1455
Legislatura: 1891-1892 (Cortes de 1891 a 1892)
Sesión: 23 de junio de 1892
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 230, 7217-7221
Tema: Adhesiones de los Sres. Diputados a la minoría en la votación del art.6º del proyecto de ley de presupuestos

El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Sagasta.

El Sr. SAGASTA: Por lo visto, la virtud más difícil en los Gobiernos es la de la resignación. Por no haberse resignado el Gobierno con la votación de ayer, hemos venido hoy a presenciar un espectáculo que convendría que no hubiéramos presenciado. Pero antes de pronunciar las pocas palabras con que he de molestar a la Cámara, quisiera saber en qué artículo del Reglamento está consignado el derecho de los Sres. Diputados a hacer la manifestación que han hecho; y deseo que el Sr. Presidente mande leer el artículo del Reglamento en que está consignado ese derecho.

El Sr. PRESIDENTE: Comprendo que es un recurso retórico la petición que hace S. S. porque S. S., que es hombre tan experimentado y que ha ocupado este sitial, sabe que estos que hoy ha calificado de deplorables espectáculos se han dado constantemente, puesto que constantemente ha habido adhesiones a las votaciones ya celebradas. Ésta es una de las prácticas parlamentarias.

Los Sres. Diputados han tenido siempre la costumbre de pedir la palabra para manifestar su adhesión a una votación, sin que por eso se haya entendido nunca que se varíe el valor de la votación.

Tanto es así, que hoy mismo han hecho uso de la palabra Sres. Diputados individuos de diversos partidos.

El Sr. SAGASTA: Ya comprenderá el Sr. Presidente el sentido y la razón en que yo he fundado mi pregunta.

Claro está que es costumbre adherirse a las votaciones de la mayoría, y aun a las de la minoría, cuando se trata de manifestar la opinión que puede tener el Diputado que a una minoría pertenece; pero en este caso, como en otros muchos, si este espectáculo se repitiera, podía resultar que en el fondo la mayoría se convirtiese en minoría. Ya sé yo que esos votos no han de influir en la votación; pero, de todas maneras, constarán en el Diario de las Sesiones.

El Sr. PRESIDENTE: Pero no constarán en el Acta. En Acta no constarán mas que los nombres de los adheridos a la mayoría.

El Sr. SAGASTA: Pues si no han de constar en el Acta, realmente es inexcusable lo que se acaba de hacer.

Además, ¿qué autoridad ni qué fuerza tienen los votos emitidos hoy a favor de un artículo ayer desechado? ¿Es que lo habéis hecho espontáneamente? (Algunos Sres. Diputados hacen signos afirmativos.) ¿Sí? ¡Pues ya se ve cómo el Gobierno se resigna a la votación de ayer! Ha pasado el aviso correspondiente a los Sres. Diputados de la mayoría, y por una coincidencia extraña, ese aviso ha venido también a un diputado de la minoría. Claro es que eso ha ocurrido por equivocación.

Oíd, Sres. Diputados, el aviso, o la notificación, o el mandato, o el apercibimiento, llamadle como queráis, o el palmetazo, que de todo tiene; oíd, para que se vea cuánto mejor era haber dejado las cosas como ayer quedaron, y que el Gobierno se hubiese resignado con lo que ayer sucedió por culpa suya; afortunadamente, en bien del interés público. Dice así el aviso?

El Sr. PRESIDENTE: Si me permite S. S., he de hacerle un ruego. El ruego es que ya que de cortar malas prácticas y abusos parece que se trata, ¿no cree el Sr. Sagasta que sería muy conveniente no inaugurar uno nuevo, como el que parece que va a inaugurar?

Lo dejo a la consideración de S. S., que ha sido jefe de un Ministerio y de una mayoría y que espero que, para bien del país, volverá a serlo.

El Sr. SAGASTA: Señor Presidente, precisamente a lo que yo aspiro es a cortar la mala práctica de estos B. L. M. en asuntos como el que tratamos, y para eso quería leerle, a fin de que este hecho no se repita. Pero si a S. S. le incomoda no lo leeré.

El Sr. PRESIDENTE: Ya comprende S. S. que a mí no me incomoda absolutamente nada; yo, sólo para salvar mi responsabilidad hacía este ruego a S. S.

El Sr. SAGASTA: Una vez que no le incomoda a S. S., lo leeré, aunque de todas maneras, se ha leído tantas veces, que leerlo una más no creo que importe. (Leyendo.) "El Presidente del Consejo de Ministros B. L. M. al Sr. D? (Un Sr. Diputado: ¿Don quién?) Su querido amigo? (Varias voces: Pero ¿quién es, quién es? Que se diga el nombre.-Grandes rumores e interrupciones.) "y le ruega?" (Se repiten los rumores y las interrupciones.) Este B. L. M. es una circular. (Varios Sres. Diputados: El nombre, el nombre.) No hay necesidad del nombre. (Protestas, rumores e interrupciones en la mayoría. -Una voz: Es anónimo.- Nuevas interrupciones.- El Sr. Presidente reclama orden de los Sres. Diputados.- El Señor Luanco: ¿Y si le han dado a S. S. uno del año 88?- El Sr. Mochales: Los tiene en blanco el Sr. Villanueva.- El Sr. Marín Luís: De cuando S. S. era Presidente.- El Sr. Marqués de la Vega de Armijo: ¡Qué gracioso, hombre!- Grandes risas.) "Le ruega que a la primera hora de la tarde?" (Grandes rumores e interrupciones. Las minorías reclaman orden al señor [7217] Presidente, poniéndose en pié muchos Sres. Diputados.- Otros Sres. Diputados piden que se lea el B.L.M.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, Sres. Diputados, orden. Ruego a los Sres. Diputados que oigan la voz del Presidente. Orden.

El Sr. SAGASTA: "?y le ruega que a primera hora de la tarde, en la sesión de mañana, se adhiera al voto de la minoría en el artículo 6º de los presupuestos, en el cual ha sido derrotado el Gobierno por haberse ausentado del salón nuestros amigos; rogándole, además, que todos estos días, en que ha de haber votaciones frecuentes, procures estar con asiduidad en el Congreso para no caer en el ridículo sufrido esta tarde." (Aprobación en las minorías.- Rumores en la mayoría.- Un Sr. Diputado: Eso es anónimo.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, orden.

El Sr. SAGASTA: Nosotros, Sres. Diputados, creíamos que el suceso de ayer tarde, había sido deplorable para el Gobierno; pero el Gobierno declara, y el Gobierno dice que ha sido para él ridículo. (Rumores y protestas.) El Gobierno, según confesión propia, está ridículo; y para que se vea que no es del año 88 este B. L. M., continúa diciendo: "D. Antonio Cánovas del Castillo reitera a dicho señor, etc. Madrid 22 de Junio de 1892." Ya veis la autoridad que tienen las adhesiones que habéis hecho.

El Sr. Ministro de ULTRAMAR (Romero Robledo): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Ministro de ULTRAMAR (Romero Robledo):Voy a decir dos palabras en esta sesión que las oposiciones quieren convertir en sesión recreativa (No, no. Sí, sí. Muy bien.) porque ni aquí hay nada de extraño ni de insólito, ni digno de esos apóstrofes de "inconscientes", ni de marcar un precedente que no debiera seguirse jamás; ni hay más que lo que hizo el Sr. Sagasta siendo Presidente del Consejo de Ministros, lo que ha hecho el Sr. Cánovas y lo que seguirán haciendo todos los Presidentes de todos los Gobiernos futuros con sus amigos. (El Sr. Sagasta: Todo, menos llamar ridículos a los Diputados.) Bueno es, sin embargo, que las cuestiones vayan reduciéndose a sus términos.

Ya no se trata de que los Diputados, en uso de su derecho, hayan pedido la palabra para manifestar su opinión en una resolución recaída en el día de ayer, eso es legítimo. Por lo que ha dicho el Sr. Sagasta, queda reducida la cuestión a si la palabra ridículo puesta en el B. L. M. dirigido a los Diputados es más o menos apropiada y esa es cuestión pequeña. Por lo demás, el espectáculo que hoy ha ofrecido el Congreso, es un espectáculo hermoso y consolador. (Risas en las minorías.) Pues ¿qué pretendía la minoría? ¿Qué prevaleciera una sorpresa? ¿Cuál era su pretensión? ¿Hacer creer al país, por el accidente de estar ausentes algunos Sres. Diputados, que la minoría se había convertido en mayoría? Ayer, cuando se encontró la minoría con un triunfo efímero e inesperado, batía palmas como chicos alborozados ante una sorpresa de aquella naturaleza: hoy la prensa de oposición corea el acto y hubiera querido que los Diputados de la mayoría no hubieran venido, para seguir diciendo urbi et orbe, que se había acabado la mayoría del partido conservador. (Rumores en las minorías) No hay cosa más natural y consciente.

El B.L.M. del jefe de la mayoría es perfectamente lícito. Yo comprendería que el Sr. Sagasta hubiera leído el B.L.M. si no hubieran acudido los Diputados a adherirse, pero después de haber venido a adherirse, la lectura del B.L.M. no tiene importancia. Acaso lo que demuestra es que el partido conservador es un partido disciplinado. (Rumores en la minoría fusionistas.) ¿Es que no tenéis disciplina en vuestro campo? ¿Os sorprende eso y merece vuestra censuras? ¿No estáis declarando constantemente, y hacéis bien, jefe indiscutible de vuestro partido al Sr. Sagasta? Si esto es así, si el Sr. Sagasta os convocase a venir a votar, ¿vendríais? (Algunos Sres. Diputados de la minoría: Sí.) ¿Sí? Pues entonces, ¿cómo os puede parecer cosa natural que el Sr. Sagasta convoque sus Diputados y cosa extraordinaria que el Sr. Cánovas llame a sus amigos?

Pero el Sr. Sagasta, que es un hombre político muy experto, que es un hombre a quien admiro cada día más, a lo mejor hace cosas verdaderamente prodigiosas y ésta que ha hecho S. S. esta tarde sí que es prodigiosa. Yo no uso los otros calificativos porque todo lo que hace el Sr. Sagasta no puede merecer ninguna calificación que no sea digna y apropiada a la reflexión con que S. S. procede; pero el Sr. Sagasta, que es un político expertísimo, que sabe buscar los efectos en el uso de la palabra, que sabe cómo se impresiona a los auditorios numerosos, se levantaba hoy y pedía la lectura del artículo del Reglamento en virtud del cual podían los Diputados usar del derecho de que han usado esta tarde. Pues, es muy claro, el art. 185 lo dice terminante. (El Sr. Sagasta: No lo dice. Léalo su señoría.)

Lo leeré: "? y podrán adherirse a las resoluciones del Congreso?" (El Sr. Sagasta: A las resoluciones del Congreso.)

¿De modo que contra las resoluciones no? ¡Oh, alma impecable! ¡El Sr. Sagasta no ha estimulado nunca a sus amigos a que unan su voto al de la minoría en una votación! ¿Qué hacen aquí los Diputados de la minoría cuando se adhieren? Pero, además, ¿vale la pena que discutamos esta cuestión? Me parece que, para broma, nos hemos entretenido bastante; cada cual ha pulsado la lira en el tono que le es propio. Unos la han pulsado en el tono trágico; otros en el cómico, como mi amigo el Sr. Sagasta; en fin, cada uno la ha pulsado en el tono que les es natural, y ya que nos hemos entretenido y hemos esparcido el ánimo con un hecho tan natural, bueno será que nos acordemos de la urgencia de dotar al país de la ley de presupuestos.

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. SAGASTA: Las últimas palabras del señor Romero Robledo, más que dirigidas a mí, lo han sido al Sr. Presidente de la Cámara, que ya de antemano había dicho que no había ningún artículo que concediera ese derecho. Su señoría se ha empeñado en que lo hay. Pues bien; hay, si, un artículo en que precisamente consigna el derecho contrario; porque hay derecho para adherirse a las resoluciones del Congreso, y la resolución del Congreso ayer fue desechar el artículo que hoy quieren aprobar los señores de la mayoría, sin conseguir otra cosa que desautorizar el acuerdo, que es precisamente lo que el Reglamento no quiere, lo que no autoriza; y por este camino no es posible seguir, porque no es lícito des-[7218] autorizar hoy lo que se hizo en el día anterior. Por eso, Sr. Romero Robledo, les es permitido a los Presidentes del Consejo de Ministros, como a los jefes de las minorías, aconsejar a sus amigos que vengan a votar; pero no les es permitido, ni a unos ni a otros, aconsejar a sus amigos que vengan aquí a producir espectáculos como el que hemos presenciado antes (Rumores en la mayoría), porque es una manifestación organizada por el Gobierno contra un acuerdo solemne de la Cámara, tan solemne como el acuerdo tomado ayer.

Por lo demás, S. S. quiere desautorizar aún más de acuerdo, diciendo que fue el resultado de una sorpresa. ¿Dónde está? El Sr. Presidente de la Cámara se lo dirá a S. S. (Un Sr. Diputado: No presidía.) No sabe el que me interrumpe lo que dice. Así es, que el Sr. Presidente del Consejo, al haceros la amonestación que he leído, y al deciros a la minoría de ayer, no os dice que vengáis a deshacer una sorpresa que ayer sufriera, sino a ayudarle para que de cualquier modo se cobre de la derrota que tuvo el Gobierno; porque el Sr. Presidente del Consejo confiesa que ayer fue derrotado el Gobierno, no sorprendido; y añade, además, que por vuestra indolencia, por vuestro abandono y por vuestra indiferencia, ha quedado en ridículo, al cual ha pedido que os asociéis con la manifestación de hoy. (Aplausos en las minorías.)

El Sr. Ministro de ULTRAMAR (Romero Robledo): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Ministro de ULTRAMAR (Romero Robledo): La verdad es, que yo siento que este incidente se prolongue porque tengo cierto temor de que se rían de nuestra formalidad los que no concurren a estas deliberaciones. ¿Es verdad que la indicación del Sr. Sagasta de que la invitación a los Diputados de la mayoría para demostrar su adhesión desautoriza la resolución de ayer? ¿Es esto formal? La resolución de ayer, en último resultado, volviendo a la Comisión el artículo que se desechó, ¿no ha de provocar una nueva votación? ¿Es que S. S. cree que no cabe esa votación? (El Sr. Sagasta: Eso es lo reglamentario.) Eso es lo reglamentario y esto otro es igualmente reglamentario. (Denegaciones.) Esto es perfectamente reglamentario, digan lo que quieran SS. SS. Y lo que resulta pueril es querer discutir semejante cosa. Lo de ayer fue bueno para aquel pequeño desahogo de las palmadas, pero para nada más. Porque, ¿quién iba a creer al salir de aquí, ni los señores de la mayoría ni los señores de las minorías, que se habían de invertir los papeles, que el Gobierno saldría derrotado y que las minorías se convertirían en mayoría? ¿Quién había de creer eso? Lo que hay es, que las adhesiones de hoy hacen totalmente imposible seguir cantando himnos sobre aquel hecho, resultado de una verdadera sorpresa, sin que esto afecte al Sr. Presidente ni a nadie.

La Mesa funcionaba regularmente, todo se hizo con arreglo a las prescripciones reglamentarias, pero daba la casualidad de que los Diputados que apoyan al Gobierno estaban en su mayoría ausentes y que hubo Diputados de la minoría bastante perspicaces para procurar, aprovechando un precepto reglamentario, obtener un triunfo efímero, que dio lugar a una alegría pasajera y que hoy se ha desvanecido por medio de un espectáculo verdaderamente consolador, no deplorable porque es muy hermoso no dejar a las gentes en la duda y es muy bueno que sepan que este Gobierno tiene el apoyo resuelto, enérgico, decidido, de toda esta mayoría, lo cual sabe desde ahora todo el mundo y lo cual parece que ha amargado un poco a mis amigos particulares los señores Diputados de las minorías. ¡Qué se ha de hacer! Ayer nos resignamos nosotros. Hoy os toca a vosotros tener paciencia y resignación. (Muy bien, muy bien).

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. SAGASTA: Señor Romero Robledo, las minorías no ha dudado un momento que el Gobierno tiene mayoría en las Cámaras. ¿Cómo habían de dudar esto? Lo que hay es, que los votos de confianza no se dan ni se piden desautorizando y quebrantando los acuerdos del Parlamento.

Por lo demás, tiene importancia política, y muy trascendental, el que acuerdos de las Cortes se quebranten por manifestaciones como la de esta tarde.

Había medios reglamentarios de evitar esto; lo que hay es, que el Gobierno no ha tenido resignación, ni calma, ni paciencia para esperar. El medio reglamentario consistía en que el artículo quedara desechado o pasase a la Comisión, para que lo presentara nuevamente redactado; y entonces, cuando la Comisión lo presentara nuevamente redactado, podría el Gobierno hacer alarde de su mayoría, como seguramente lo hará si ese caso llega, si es que la mayoría no tiene por conveniente acudir a otras partes en vez de prestarse a defender al Gobierno cuando éste necesita de ello.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): ¿Quién le ha dicho al Sr. Sagasta y cómo ha podido el Sr. Sagasta suponer que el Gobierno hubiera de aconsejar a la Comisión y la Comisión aceptar, el consejo de presentar de nuevo el artículo que ayer quedó en minoría en votación, en términos idénticos? (El Sr. Sagasta: No.) Pues si no era en términos idénticos (El Sr. Sagasta: Redactarlo de nuevo) y ha de presentarse, cosa indudable, redactado de nuevo, es decir, como es y ha sido desde el primer instante mi opinión, con alguna modificación tomada del sentido de la discusión, claro es que quedaba aquí por resolver una cuestión que nada tiene que ver con el artículo y que la votación del artículo no podía en manera alguna resolver.

¿Cuál sería la situación del Gobierno si él en su buena fe aconsejara y obtuviera de la Comisión que hiciera alguna modificación importante, votándose esa modificación y habiendo quedado en minoría el Gobierno en la redacción del artículo primitivo? Sabe muy bien el Sr. Sagasta, sábelo tan bien como yo, que hay dos cosas en que toda delicadeza es poca en los hombres parlamentarios: la primera, respecto a si se tiene o no la confianza omnímoda de la Corona, sobre lo cual caben hasta las susceptibilidades mismas que son honrosas para los Gobiernos que las emplean; pero al lado de esta delicadeza de todo Gobierno constitucional y parlamentario que merece serlo, con la prerrogativa de la Corona, hay otro escrúpulo no menos respetable a los ojos del país, que es menester que esté patente y presente y que entre [7219] por los ojos y por los oídos de todo el mundo; es menester que no quepa vacilar ni un instante respecto a que un Gobierno que ocupa este banco posee la confianza de la mayoría de la Cámara.

Este es un principio constitucional y parlamentario y confieso también que no he querido quedar por debajo de él, no por motivo de amor propio, que no había para qué, que no cabía sabiendo y conociendo de antemano lo que había de suceder, no por mí, ni por el Gobierno que forme parte, sino por la respetabilidad del sistema parlamentario. Por regla general, si no hay una demostración reciente de lo contrario, este es el principio: todo Gobierno derrotado debe abandonar este banco. ¿No debe abandonarlo por la significación y las circunstancias de la derrota? Pues es necesario al menos que venga un acto a demostrar que el Gobierno, a pesar de haber quedado en tal instante en minoría, continúa poseyendo la confianza del Cuerpo Colegislador.

Ahora bien, supongamos que el Sr. Sagasta no participa de esta teoría constitucional y parlamentaria, que es la misma que en toda mi vida me ha aconsejado estas soluciones, puesto que no es absolutamente necesario ni para que nosotros estemos aquí ni para que SS. SS. Estén ahí y para que contendamos de manera prudente, y hasta ardiente, puesto que no es necesario, digo, que S. S. y yo tengamos la misma opinión. Mi opinión ya la he expuesto leal y sincera, y yo se la aplicaría a S. S. En caso igual.

Yo no creería que S. S. había quedado derrotado sin que tuviera causa verdaderamente política la derrota, y entendería que S. S. hacía muy bien en invocar los votos de la Cámara, de forma que no aquí, donde no es necesario, sino en el país, le entrara, como he dicho, a todo el mundo por los ojos y los oídos que el Gobierno que disfruta de la confianza omnímoda de S. M. la Reina Regente tiene al propio tiempo la confianza de la mayoría de las Cámaras.

Y en cuanto a la forma de esas invitaciones, no sabía yo que los frecuentes B.L.M. que todos los días estando S. S. al frente del Gobierno recibían los Diputados para apoyar en las Secciones candidaturas o para asistir a las sesiones, B.L.M. que se repartían por los Gobierno que S. S. ha dignamente presidido, como por los que he presidido yo, dirigiendo a los señores Diputados invitaciones, algunas de las cuales se me han dirigido a mí, honrándome en eso cuando no se trataba de una cuestión política sino de un asunto administrativo en que los intereses podían ser comunes, no sabía yo, digo, no creo, que esos B.L.M., que esas invitaciones, las redactara el Sr. Sagasta mismo. Si es que S. S. los redactaba, S. S. daba en eso una prueba de laboriosidad, de tal manera insólita, que no tendría más que hacer que rendirme ante ella.

En el caso presente yo confieso (y ahora mismo se me ha enseñado uno de los B.L.M.) que no los había visto. ¿Y por qué los había de ver yo? Lo único que he hecho es ordenar que esos B.L.M. se repartieran y aún puedo asegurar a S. S., sin necesidad de invocar el testimonio de personas respetables, que como se encargó este trabajo, sin duda, a distintas manos, la redacción de todos ellos no es idéntica, y que si bien hay alguno que contiene la palabra derrota, hay aquí personas respetabilísimas que afirman haberlo recibido sin esa palabra siniestra. (Risas) Y en todo caso, aún en aquéllos que tuvieron un redactor o un escritor (Risas), por llamarlo así, que usó la palabra derrota, tienen cuidado de advertir que esta derrota nació de la ausencia de los Diputados ministeriales, lo cual bastaba para calificar la índole de la derrota. (El Sr. Muro: El Sr. Vallejo Miranda tiene la palabra. Grandes risas. El señor Vallejo Miranda pide la palabra.) Así que pase este júbilo, por desgracia infundado, diré algo acerca de esto. El Sr. Vallejo Miranda no es quien ha redactado semejantes B.L.M., lo cual se prueba bien con lo que antes he dicho y podría ahora mismo demostrar, y es, que hubo diferentes redacciones, y nadie supondrá que si el autor hubiera sido el SR. Subsecretario de la Presidencia se hubiera tomado el trabajo de hacer tres o cuatro redacciones distintas, lo cual no obedece a más objeto que el de apresurar la obra y lograr que estas invitaciones se repartieran anoche mismo.

En resumen, respetando mucho, como debo respetar, la intervención en este asunto del Sr. Sagasta, ha de serme permitido decirle, bajo mi punto de vista, que no considero el accidente y el debate de bastante importancia para prolongarle. Yo he expuesto ya sencillamente las razones que me han movido a pedir en este punto una declaración de la mayoría, que no ha de tener naturalmente efecto alguno sobre la votación del artículo, que tiene un sentido totalmente diferente. Si el Sr. Sagasta opone que no había motivo para ello, que es un escrúpulo, quede el escrúpulo; después de todo, más vale, en materia de parlamentarismo, por usar esta palabra, tener escrúpulo, que no tratar con despego e indiferencia los privilegios del Parlamento. (Muy bien)

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. SAGASTA: Declaro que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros ha discutido el asunto en un terreno elevado, en el que corresponde, bajo el punto de vista verdaderamente constitucional, cosa que hasta hora no se había hecho por parte del Gobierno. Es verdad que el Gobierno, después de lo ocurrido ayer, necesitaba una especie de reparación, para acreditar que, no obstante lo sucedido, tiene a su lado a la mayoría; era un escrúpulo legítimo que debía tener el Sr. Presidente del Consejo de Ministros actual, como todos los que dignamente ocupen ese banco. Pero admitida esta teoría, S. S. ha errado en el procedimiento; porque el Reglamento da a S. S. el modo de recuperar la confianza que aparentemente podía haber perdido. ¿Cómo? Como se hacen estas cosas: con un voto de confianza, por medio del cual hubiera obtenido el Gobierno la reparación que necesitaba, sin menoscabo del prestigio de las Cortes; porque buscar y obtener esa reparación alzándose contre un acuerdo de las Cortes, es obtenerla con menoscabo de las Cortes, y ese procedimiento no se puede consentir a este Gobierno ni a ninguno; mucho menos cuando el Gobierno puede conseguir sus propósitos sin ningún menoscabo del Parlamento.

Estamos, pues, de acuerdo en la necesidad de la demostración de confianza, sin otra diferencia que la de que yo no la hubiera promovido en la forma en que S. S. lo ha hecho, aceptándola como buena. ¡Qué tal será esta reparación, cuando ni siquiera puede constar en el Acta! Y en cuanto a la forma y redacción del B. L. M., solo diré que, cuando vi entrar [7220] a S.S. ocupar su puesto y, que le presentaron ese B.L.M, estaba yo diciendo a mis compañeros: "La mayor sorpresa la va a tener el Presidente del Consejo de Ministros, al ver el B.L.M. que en su nombre han pasado a los Diputados de la mayoría." Hasta tal punto me ha extrañado a mí, que si yo, Diputado de la mayoría, lo hubiera recibido, no hubiera hecho caso, creyendo que no era de S.S.; lo que hay es , que el prestigio que S.S. goza en la mayoría es tan grande, que, a pesar de la redacción del B.L.M., la mayoría le ha hecho caso.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): Poco tengo que contestar al Sr. Sagasta, pero algo me conviene decir. No quiero que se olvide ni por un instante, que si yo hubiera creído discreto, oportuno, respetuoso hacia la Cámara aconsejar a la Comisión que presentara de nuevo el artículo con la misma redacción que tenía, cosa que ha estado muy lejos de mi ánimo, como antes he dicho, para nada hubiera necesitado, apetecido ni promovido el que se hiciera aquí la demostración que es objeto de este debate, con la nueva presentación del artículo y su votación, me hubiera bastado y aún sobrado.

Pero no se trata de eso, se trata de que el artículo 6º del proyecto de ley de presupuestos, tal como se presentó ayer, hoy no existe y otro que se presente, aunque contenga la mayor parte de las determinaciones del primero, a mi juicio no debe contener aquello que precisamente promovió lo más esencial del debate y lo más acerbo de la impugnación, por consiguiente, el Gobierno se encontraba con que no iba a obtener reparación ni satisfacción alguna y hacía falta un acto diferente.

Pues haciendo falta un acto diferente, no tratándose, como en rigor no se trataba, más que de una cosa producida sencillamente por lo agradable de las últimas horas de la tarde, que hace que muchos señores Diputados prefieran el paseo a la permanencia en estos bancos, hasta por cumplir deberes y satisfacciones de familia, que a todos agradablemente nos conmueven a las puertas de este edificio, cuando por ventura pasamos por ahí a esas horas; no tratándose más que de una situación creada por motivos de esta especie, ¿había de pensar el gobierno que eso requería toda la solemnidad de un voto de confianza? Y por otra parte, el Sr. Sagasta, que tan sinceros deseos tiene y los demuestra, de que la situación económica se legalice tan pronto como lo reclama lo avanzado del tiempo, ¿hubiera encontrado bien que con la presentación de un voto de confianza se hubiera retrasado la aprobación del presupuesto? Yo, por mi parte, aunque hubiera tenido que pasar por el riesgo de que pareciera que la mayoría había abandonado al Gobierno en la tarde ayer, no lo hubiera hecho, hubiera preferido quedar en esa duda antes de interrumpir por mi parte y bajo mi responsabilidad la discusión del presupuesto.

Éstos han sido los motivos que he tenido para obrar así y que con mucho gusto entrego a la consideración del Sr. Sagasta.

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Sagasta tiene la palabra.

El Sr. SAGASTA: Para decir al Sr. Presidente del Consejo, que aun cuando S. S. hubiese adoptado los medios que da el Reglamento para conseguir la reparación que el Gobierno necesitaba, las oposiciones no hubieran contribuido a aplazar mucho tiempo la discusión de presupuestos con la de un voto de confianza, porque sabiendo que sólo se trataba de una reparación, que seguramente habría de obtener el Gobierno, se hubieran limitado a votar en contra.

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): Para decir sólo, que siento no haber sabido eso de antemano.

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Sagasta tiene la palabra.

El Sr. SAGASTA: Si S. S. hubiera deseado saber esto, ya que me pregunta tantas cosas, ¿por qué no me preguntó esa? Pero, además, S. S. pudo suponer que nuestros propósitos serían los que antes he indicado; porque nuestra conducta respecto a la aprobación de los presupuestos me parece que no puede ser más patriótica y no habíamos de hacer una excepción, entorpeciendo la marcha de los presupuestos cuando se hubiese tratado sólo de una reparación que el Gobierno necesitaba.



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL